Europa League
Estadio: Mestalla
Comienzo del partido: 21 horas
Valencia 1- Werder Bremen 1
Todavía quedaba una hora para el comienzo del partido cuando una masa humana de seguidores chés se reunía en la Plaza de la afición, junto al campo del Mestalla. El ritual del partido de balompié comienza con unas cervezas y un barullo tranquilo que precede el encuentro.
Media hora más tarde cruzaba por las puertas de acceso. Una mezcla de aroma a longaniza, tortilla de patata, cortezas de cerdo y marihuana fumada inundaba mi pituitaria cuando me asomé por primera vez al interior del templo valencianista. Tomado casi como una religión, el ritual del fútbol cuenta con su propio proceso, simbología y grados sociales. El orden de los factores nunca varía: una "previa", un "enfrentamiento" con sus partes y sus reglas, y un final con un resultado, que conlleva una fiesta o un fracaso.
Cada equipo lleva sus banderas, que se plasman en gorras, bufandas y accesorios varios. Los colores representan la fidelidad a un grupo o a otro de deidades que persiguen insistentemente a un sólo balón. Yo pondría varios en juego, para que fuera más emocionante el asunto.
Clases y clases
La estratificación social que marca dónde está cada uno se refleja también en las gradas. Las hay de diferentes categorías: cerradas a cal y canto con canapés y cubalibres reservadas para los que le sobra plata), protegidas con un enorme techo contra las inclemencias climáticas y las demás. Estas últimas se subdividen a su vez en cerca del campo, medio cerca y lejos total, de bocata y papas de supermercado, dependiendo del bolsillo del feligrés que acuda a su rezo semanal (o quincenal, según se preste el calendario futbolero).
Nunca he sido capaz de aprender la diferencia entre Europa League, Champios League o Copa del Rey. O de memorizar qué significa un fuera de juego o por qué tiran desde una esquina. Pero lo he intentado. He peregrinado hasta una meca llamada Mestalla.
En la picota
Durante el partido hay una diana siempre clara: el árbitro. Es el chivo expiatorio de todos los errores. Lo maldicen seguidores de ambos bandos y le culpan si los milagros de sus jugadores se quedan en agua de borrajas. "Burro, burro", le gritan si se atreve a denunciar los tropiezos de los guerreros del césped. Silbidos, pañuelos blancos y obscenidades mayúsculas son arrojadas desde las gradas emocionadas en un subidón de adrenalina. Es la verbena del desfogue. Muchos se ahorrarán millonadas en psicólogos con su dieta de "cuando hay fútbol yo voy, nena".
El partido, con poca emoción, me recordó a una sesión de sexo tántrico, en la que hay más recreación que goles. El "a por ellos, oé" sonó seguro más fuerte en el partido de vuelta, donde la noche fue un éxtasis total con resultado 4-4.
Sigue sin apasionarme la ceremonia del deporte rey, pero ahora comprendo mejor a sus devotos. Creo que para ellos supone una manera de desconectar de la rutina, de pasar un buen rato con amigos, de socializarse, de excitarse y vibrar con cada movimiento de los jugadores. Lo que cobran las estrellas por dar patadas a un balón también sería objeto de debate... Pero no me quiero desviar.
Antropología del deporte
Además del "despiojamiento vocal" en sí, la antropología también estudia el deporte desde un punto de vista holístico. Aquí os dejo un artículo de F. Xavier Medina y Ricardo Sánchez Martín que desarrolla una introducción a esta disciplina: "La práctica de actividades psíquico-deportivas es, actualmente, una de las principales ocupaciones del tiempo de ocio en nuestras sociedades contemporáneas..." más